El día en que el Tungurahua me aupó con ternura en su cálido lomo
Ecuador, la magnífica avenida de volcanes
El primero de septiembre de 2024 tuve el honor de coronar el volcán Tungurahua, conocida como la mama Tungurahua. Es un volcán activo que está ubicado a 5.000 metros de altura en la provincia de Tungurahua, en la Cordillera Real del Ecuador. Más específicamente, se encuentra a 120 km al sur de Quito, a 33 km al sureste de Ambato y a 8 km al norte de Baños.
La travesía empezó cuando salimos a las 12 de la noche del refugio a oscuras y llegamos a la cumbre alrededor de las 7 de la mañana y la mama nos recibió con una fumarola encendida para podernos calentar del frio que hacía (no todos los días se encuentra un sauna natural con piedras volcánicas calientes a 5.000 metros de altura). Vimos el alba juntos con la mama Tungurahua mientras ella sonreía al vernos en la cumbre. En lo personal le pedí una piedra que la conservo en mi escritorio donde escribo estas historias.
Para llegar tuve que subir a oscuras porque si veía lo que tenía que escalar capaz que me arrepentía. Había mucho viento y como no tenía gafas casi no podía ver porque la arena volcánica entraba, como huyendo de la muerte, en mis ojos. Tenía revuelto el estómago porque nunca me aclimaté, así que fue una cumbre compleja, sin embargo, lo disfruté mucho. No es algo superficial subir a una montaña que podría erupcionar en cualquier momento. Antes de subir, los guías le piden con reverencia que nos reciba y nos ayude a volver porque he visto cruces en honor a la gente fallecida que por alguna extraña razón la montaña decidió que esas personas no volverían a sus vidas normales.
Las montañas son los altares sagrados donde los Dioses meditan. En una montaña Dios le dijo a Abraham que sacrifique lo único que tenía y que amaba, su hijo, su razón de vivir. En una montaña recibió Moisés las leyes que serían la base para la convivencia social por miles de años y en una montaña el profeta Elías, unos de los más valientes, caminó 40 días y 40 noches para esconderse en una cueva cansado de luchar contra el sistema porque creía que su vida ya no tenía sentido. Hasta que metido en su cueva, en medio de su oscuridad, desolación y renunciamiento, una voz le dijo ¿Qué haces aquí, Elías?
¿Te ha pasado? Quizás tu montaña sea una enfermedad, la soledad, la anciedad, la quiebra de un negocio, la pérdida de un empleo, un cáncer, un hijo con autismo, el suicidio de un ser querido, una ruptura sentimental, una injusticia familiar, el abandono de un padre que bien podría ayudarte, incluso podría ser el abandono de una madre. A veces nuestros problemas parecen el fin del mundo incluso hasta pensar en renunciar al regalo de vivir.
Así que te devuelvo la misma pregunta ¿Qué haces ahí, en esa cueva oscura renunciando a vivir? Abraham, Moisés y Elías dejaron en la montaña ese algo que ya no podían llevar sobre sus hombros.
¡Hagamos un trato! Te desafío a reírnos juntos a pesar de que el dolor se aferre a nosotros. A veces me siento tan miserablemente estúpido porque me molesto cuando llueve y se mojan mis zapatos mientras hay gente en un hospital luchando entra la vida y la muerte contra el dolor intenso de un cáncer.
Te animo a que sigas disfrutando de las pequeñas cosas cotidianas porque la vida no es fácil para nadie, incluida la mía y a pesar de lo difícil que sea seguimos vivos y eso es bastante.

Hay que visitar el Tungurahua
Los atardeceres en cualquier parte son únicos y mágicos, imagínate en las faldas de un volcán activo.
El Ecuador no es solo el país de los cuatro mundos y el país que ama la vida, es el pa´´ís de la sopas y también es la tierra de los volcanes.

Desde el refugio puedes ver un cielo lleno de estrellas
Si la noche está despejada tus ojos podrán disfrutar de una noche alumbrada por una constelación de estrellas.
Para esta aventura decidí no aclimatarme y subir sin preparación previa (no recomiendo hacerlo). Esa noche había un viento que te empujaba físicamente. La subida fue difícil pero al bajar más de tres horas y medias con mis botas apretadas perdí la mitad de mis dos uñas de mis dos dedos gordos. todo el tiempo mis dedos chocando contra el zapato.
Subir a un volcán implica que podrías no regresar. Algunas personas han perdido alguna parte del cuerpo y otros han perdido la vida, así que hay que tener mucha reverencia.
Siempre pensé que era imposible subir a ese volcán porque se veía tan empinado que me parecía difícil que alguien pudiera subirlo.